Despertar con toda la paciencia del mundo.
Salir como si no quisiera llegar. Llegar como quien no quiere las cosas.
Encontrar a medias, luego de andar tanto tiempo buscando. Terminar
estrepitosamente huyendo de lo que previamente se buscaba. Elegir alejarnos
cuando queremos estar cerca. Sentarse a esperar que las cosas nos lleguen todas
de golpe. Dormir hasta empatar un día con el otro. Ir solos desde temprano a la
cama sin temor a que el frío densificado entre sábanas nos termine habitando.
Son cosas –todas- a las que particularmente no les encuentro sentido alguno.
A ciencia cierta solo me atrevería afirmar
que todos avanzamos a un ritmo de sesenta segundos por minutos. Y cada minuto
aunque minuto sea… termina contando. No
precisamente porque el tiempo sea oro. Pues para entonces los pobres morirían
nada más nacer por falta absoluta de tiempo. Sino porque la vida es una sola y
le merecemos dándola. Aunque al final, salgamos llenos de cicatrices y deseos
miles de colgar los guantes.
Desear es algo que vivimos haciendo
cotidianamente. Hay quienes tienden a involucrarse más que otros. Otros que por
temor a sumergirse y sufrir una vez más concluyen abstrayéndose. Pero siempre…
bajo cualquier contexto, sin importar el cómo ni cuándo, terminamos necesitando
de algo o alguien que acabe llenando este vacío insustancial que nos recuerda
estamos solos.
Ejercer la paciencia es algo que nos
recuerdan muchos a diario. Precisamente porque como bien nos comenta Herminia
Gomá, no existen atajos ni recetas mágicas para generar cambios sostenibles en el
tiempo. Pero desde pequeños pudiésemos preguntarnos incesantemente dónde
encontrar paciencia para aprender a tener paciencia. Para permanecer sentados…
gritando hacia nuestro interior cuando necesitamos salir corriendo con deseos
miles de abrazar y sabernos abrazados.
Hasta ocasionalmente me cuestiono si
continúa siendo sangre lo que nos fluye entre las venas. ¿Cómo es posible
habitar el mundo con tanta frialdad y estas pocas ansias de crecernos que se
imponen ante esa amante inoportuna que Sabina terminó llamando soledad?
Vivimos en una sociedad restringida por un
accionar estoico y razones equívocas pero suficientes como para andar
quejándonos o bien huyendo por temor a las heridas. Entonces comienzan las
censuras y de tanto condenar comenzamos a censurarnos nosotros mismos. A
limitarnos de las cosas que nos gustan por un absurdo: ¿qué dirán?
Permanecer ilimitadamente en una parada
esperando por la llegada insustancial de la guagua. Guarecernos bajo algún
alero de cualquier diluvio. Dosificar el latir irreprimible que se precipita
cuando no dejo de pensarte. Son pequeños detalles, entre otros tantos, que
desesperan cuando sabemos apreciar lo maravilloso que resulta caminar bajo la
lluvia… aprovechando –tal cual Sabina- algunos minutos en los que cierro los
ojos y disfruto echándote de menos.
Poblamos nuestro mundo de competentes
insatisfacciones mientras hacemos a un lado las pequeñeces que enamoran. Todas
tienden a tonificarse insípidas y secundarias ante inconformidades plenas por
temor a enfrentarnos a nuestros propios miedos, a volver a soñar, a sentirnos
nuevamente vivos. Pero todas continúan ahí… pendientes a la ínfima indirecta
que les hagan despertar en un suspiro… deseosas de poder volver a confiar.
Caminar descalzos por la arena…
Sumergirnos entre olas buscándonos enteros…
Pasar largas horas contemplando el mar…
El sabor de los besos cuando nos llevan la
vida por delante…
La calidez de los abrazos…
El susurro de palabras…
El buen café a cualquier hora del día…
Las sonrisas, las miradas que nos roban el
alma…
Mirar desde dentro…
Quererte desde siempre…
Amarte en las noches…
Necesitarte en las mañanas…
Robarme con previo aviso los post…
Las fotos que me gustan y las que no
también…
Quedarme contigo…
Regalarte
mi yo…
Los batidos de café…
Si tiene grumos son buenos…
Si son contigo…
Mejor.
Cambiar –para bien- y tener algo de
paciencia siempre es bueno. Yo prefiero, en cambio, ser el capitán de mi velero
y continuar siendo el mismo tipo que no soporta permanecer -con este manojo de
palabras que se me atoran en la garganta- sentado a la espera de tu silueta
asomando en los rincones. Mas por si no te agradan las sorpresas… anticipo no
te sobresaltes si para el momento en que termines de leerme sientes que tocan
el timbre y luego de mirar por el visor me terminas encontrando al otro extremo
de la puerta.
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