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jueves, 8 de octubre de 2015

Sin son contigo... Mejor.





               Despertar con toda la paciencia del mundo. Salir como si no quisiera llegar. Llegar como quien no quiere las cosas. Encontrar a medias, luego de andar tanto tiempo buscando. Terminar estrepitosamente huyendo de lo que previamente se buscaba. Elegir alejarnos cuando queremos estar cerca. Sentarse a esperar que las cosas nos lleguen todas de golpe. Dormir hasta empatar un día con el otro. Ir solos desde temprano a la cama sin temor a que el frío densificado entre sábanas nos termine habitando. Son cosas –todas- a las que particularmente no les encuentro sentido alguno.

            A ciencia cierta solo me atrevería afirmar que todos avanzamos a un ritmo de sesenta segundos por minutos. Y cada minuto aunque minuto sea… termina contando.  No precisamente porque el tiempo sea oro. Pues para entonces los pobres morirían nada más nacer por falta absoluta de tiempo. Sino porque la vida es una sola y le merecemos dándola. Aunque al final, salgamos llenos de cicatrices y deseos miles de colgar los guantes.

           Desear es algo que vivimos haciendo cotidianamente. Hay quienes tienden a involucrarse más que otros. Otros que por temor a sumergirse y sufrir una vez más concluyen abstrayéndose. Pero siempre… bajo cualquier contexto, sin importar el cómo ni cuándo, terminamos necesitando de algo o alguien que acabe llenando este vacío insustancial que nos recuerda estamos solos.

            Ejercer la paciencia es algo que nos recuerdan muchos a diario. Precisamente porque como bien nos comenta Herminia Gomá, no existen atajos ni recetas mágicas para generar cambios sostenibles en el tiempo. Pero desde pequeños pudiésemos preguntarnos incesantemente dónde encontrar paciencia para aprender a tener paciencia. Para permanecer sentados… gritando hacia nuestro interior cuando necesitamos salir corriendo con deseos miles de abrazar y sabernos abrazados.  

            Hasta ocasionalmente me cuestiono si continúa siendo sangre lo que nos fluye entre las venas. ¿Cómo es posible habitar el mundo con tanta frialdad y estas pocas ansias de crecernos que se imponen ante esa amante inoportuna que Sabina terminó llamando soledad?

            Vivimos en una sociedad restringida por un accionar estoico y razones equívocas pero suficientes como para andar quejándonos o bien huyendo por temor a las heridas. Entonces comienzan las censuras y de tanto condenar comenzamos a censurarnos nosotros mismos. A limitarnos de las cosas que nos gustan por un absurdo: ¿qué dirán? 

              Permanecer ilimitadamente en una parada esperando por la llegada insustancial de la guagua. Guarecernos bajo algún alero de cualquier diluvio. Dosificar el latir irreprimible que se precipita cuando no dejo de pensarte. Son pequeños detalles, entre otros tantos, que desesperan cuando sabemos apreciar lo maravilloso que resulta caminar bajo la lluvia… aprovechando –tal cual Sabina- algunos minutos en los que cierro los ojos y disfruto echándote de menos.   
      
              Poblamos nuestro mundo de competentes insatisfacciones mientras hacemos a un lado las pequeñeces que enamoran. Todas tienden a tonificarse insípidas y secundarias ante inconformidades plenas por temor a enfrentarnos a nuestros propios miedos, a volver a soñar, a sentirnos nuevamente vivos. Pero todas continúan ahí… pendientes a la ínfima indirecta que les hagan despertar en un suspiro… deseosas de poder volver a confiar. 

Caminar descalzos por la arena…
Sumergirnos entre olas buscándonos enteros…
Pasar largas horas contemplando el mar…
El sabor de los besos cuando nos llevan la vida por delante…

La calidez de los abrazos…
El susurro de palabras…
El buen café a cualquier hora del día…
Las sonrisas, las miradas que nos roban el alma…

Mirar desde dentro…
Quererte desde siempre…
Amarte en las noches…
Necesitarte en las mañanas…

Robarme con previo aviso los post…
Las fotos que me gustan y las que no también…
Quedarme contigo…
 Regalarte mi yo…

Los batidos de café…
Si tiene grumos son buenos…
Si son contigo…
Mejor.

                Cambiar –para bien- y tener algo de paciencia siempre es bueno. Yo prefiero, en cambio, ser el capitán de mi velero y continuar siendo el mismo tipo que no soporta permanecer -con este manojo de palabras que se me atoran en la garganta- sentado a la espera de tu silueta asomando en los rincones. Mas por si no te agradan las sorpresas… anticipo no te sobresaltes si para el momento en que termines de leerme sientes que tocan el timbre y luego de mirar por el visor me terminas encontrando al otro extremo de la puerta.



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