Romper la inercia… dar el primer
paso… liberarnos de ataduras que nos inducen temor al fracaso, las adversidades
y todo lo nuevo con lo que nos podamos tropezar en el camino son plenos
inhibidores que tienden aislarnos despectivamente de nuestras metas. De los
cobardes no se ha escrito nada y claro está, tampoco pretendo seamos los
próximos de los que se deje de escribir. Si no que por el contrario, que se
escriba a lo grande y con mayúsculas todas.
Así
me incursioné hace un poco más de treinta días junto a una guerrilla de
expedicionarios, conformada mayoritariamente por personas de la prensa y otras
tantas con muy buena vibra… rumbo a Boca de Canasí. Un grupo de personas que
fusionadas conforman el elenco perfecto para intentar cambiar la tonalidad con la
que se habita actualmente en este mundo de nosotros los vivos. Y gravita desde
el 19 de septiembre de 2014 entre las redes sociales bajo el nombre de Camping Cuba.
Desde
pequeño la idea de salir de casa con mochila en hombro y atrincherarme en la espesura de los montes me
habitaba a diario. Pero dejarlo todo e irme era algo que particularmente me
inquietaba cuando por pura ignorancia, desconocía la existencia de gente sana a
la que igual le encanta andar de caminantes por el mundo.
En
un comienzo fueron muchas las dudas de enfrentarme por primera vez rumbo a lo
desconocido. En su media medida… porque seguro estaba de encontrar matizado de
recuerdos familiares cada rinconcito por desconocido que fuese.
Resultaba
inquietante aislarme un poco de este mundo de investigaciones científicas que
particularmente requiere mucho tiempo y
dedicación. Pero era esta la ocasión perfecta para liberarme de ataduras e
intentar correr sin obstáculos ni proyectos estresantes de por medio.
La
ocasión era perfecta para decir basta a las preocupaciones y al estrés.
Comenzar a decantar ciudades adentrándome en una fauna prácticamente virgen y
aislada de recorridos oficialmente turísticos resulta tentadoramente saludable.
A decir verdad… me preocupaba inmensamente llegar y no conocer a nadie, tener
que integrarme desde cero como quien llega dispuesto a infiltrarse… pero en mi
caso con la mejor de las intenciones.
Arribar desprovisto de equipaje materializaba desconcertantemente la gigantesca posibilidad de ausentarme al viaje. La tienda de campaña es uno de los artículos de primera necesidad en el equipaje de un excursionista y yo carecía de ella. Aunque Reno y Adrianita –dos amigos incondicionales- intentasen convencerme de lo contrario.
Arribar desprovisto de equipaje materializaba desconcertantemente la gigantesca posibilidad de ausentarme al viaje. La tienda de campaña es uno de los artículos de primera necesidad en el equipaje de un excursionista y yo carecía de ella. Aunque Reno y Adrianita –dos amigos incondicionales- intentasen convencerme de lo contrario.
En
la mañana del 12 de septiembre del año en curso, día acordado para partir desde
la primera parada del P-11 ubicada en la calle G, terminé levantándome
impulsado por el sentido del compromiso y la obligación de quedar bien con los
demás. Aun no estaba convencido de nada… salvo de haber confirmado asistiría y
unos inmensos deseos de crecerme ante
los miedos.
Solo
estaba consciente del poco tiempo con el que contaba y de tener una mochila –la
única- por preparar antes de salir de casa. Tenía que andarme con prisa. No me
gusta llegar tarde ni hacer esperar a los demás con imprevistos que surgen por
el camino o bien producto a la mala situación del transporte. Algo bastante
habitual desde siempre.
Todo
salía mejor de lo previsto y lo que antes aparentaba ser una tardanza cambiaba
inversamente su proporcionalidad. Tanto así… que terminé llegando
aproximadamente treinta minutos antes de lo acordado. De a poco se fue
incorporando la tropa que terminaba reconociéndose entre viejas amistades,
relaciones del Facebook, forma sencilla de vestir y el equipaje que portábamos
todos.
Para
mi sorpresa y la de otros varios que –como
yo- igual se incorporaban por primera vez, pudimos apreciar en aquella fusión más que un grupo una gran
familia que terminó inmediatamente acogiéndonos a todos como parte muy propia
de sí… y que frecuentemente suele reunirse con el maravilloso propósito de
aventurarse en un ambiente plenamente sano.
Mis dudas se disipaban con saturada
espontaneidad y cada inquietud concluía brindándome absoluta confianza. Me
convencía a intervalos ínfimos de tiempo que cuando se está rodeado –tal como
con Benedetti- de la gente que nos gusta… gente especial, transparente, llena
de vida, que sabe reír sin andar buscándose motivos, que viven sus vidas como
pueden y se les da la gana precisamente porque es su vida y no la de otros la
que viven; no hace falta conocerles desde siempre para pasárnosla genial.
Entre
risas, anécdotas, puntualizaciones del viaje y proyecciones del grupo para un
futuro inmediato llegamos inevitablemente
-29 Km antes de Matanzas- al puente de Canasí. Decidimos entonces
esperar por parte de la tropa que andaba algo rezagada tras habernos dividido
por inconvenientes del transporte. La espera se hacía vana mientras Yoel –como
bien nos comenta Reno- se convertía en el tipo con más llamadas perdidas.
Transcurrido
un tiempo prudencial en el que el resto del grupo se tardaba, comenzamos
adentrarnos carretera adentro rumbo al poblado. Ahí pretendíamos auxiliarnos de
una balsa de Poliespuma para cruzar el equipaje a través del río y un poco de
agua fría para ese chico que comenzaba a hacérseme gigante entre las manos.
Antes de lo esperado… tras haber cruzado la mitad del equipaje conseguimos reunirnos nuevamente para continuar viaje. La guerrilla se sentía plenamente entusiasmada y estando ya desde el otro extremo del río resultaba imposible continuar viaje sin el mero placer de robarnos cuanta imagen deslumbrante pudiésemos congelar con el lente de cada cámara.
Como los expedicionarios del Granma salimos y
llegamos. Así buscamos y encontramos donde posicionarnos para acampar. Cada
carpa dirección al mar… con cada pupila deseosa de abrazar lo bello. En su
momento llegó la noche y con ella una parte más de cada pedacito que
compartíamos juntos.
La
ausencia de luz nos recordaba no teníamos leña para encender una fogata y salir
en busca de ella se convertía en una necesidad de primer orden. A esa hora y
con tanta oscuridad salir a buscar madera. Ufff… que dilema. Pero nada… que
quien busca encuentra y nosotros no somos menos que nadie.
Entre charlas… guitarrazos y buen cotorreo el
sol comenzó haciendo gala de su presencia más temprano que de costumbre. O bien
fueron pocos los que lograron pegar ojo. Experiencias como estas no se viven
todos los días y dormir sería como intentar abreviarle existencia a nuestras
vidas.
Quedaban
muchas sensaciones por experimentar y por mucho que nos supiese el amanecer a
rocío nos costaba permanecer en las tiendas. Había que levantarse… salir…
disfrutar del amanecer y de todo el contorno magnificado. Desde luego, siempre
hubo -¿Verdad Javier?- su perezoso y hasta quien quiso en su debido momento
quedarse a vivir para siempre en su tienda, acompañado de su mamá.
Yo lo apoyaba… lo
continúo apoyando por muchas e ilimitadas razones. Me gusta el silencio, el
campo, lo auténtico y complicado, el aire fresco aunque Pilar no quiera salir a
estrenar su sombrerito de plumas, sentirme libre y dueño de mí mismo aunque
rodeado de la gente que quiero y me gusta, saberme aislado de este mundo de consumo en el
que rigen los políticos y las leyes del mercado.
Nada, quería quedarme. Pero la vida continúa y
aunque soñemos lo imposible tenemos que hacerlo con los pies en la tierra o
bien en nuestro caso sobre el asfalto.
Ya de regreso, bien
avanzada la tarde, fuimos muchos los que nos precipitamos por reencontrarnos
con una mata de capulí –para quien no le conozca, una planta que crece
silvestre y da unos frutos amarillos o rojos, casi del tamaño de las cerezas
pero tan dulce como para compararles con el almíbar- que terminó embobeciendo a muchos cuando llegábamos el
sábado al mediodía.
Tanto así como para que
el conductor de una guagua que nos hizo el favor de adelantarnos hasta Vía
Blanca nos tildase de locos –algo con lo que muchos de la familia nos sentimos
sumamente orgullosos- por andar comiendo, según él, unos boliches que son
venenosos. Aquello me costaba creerlo pero tampoco podía para de reír cuando le
veía la cara de susto y le escuchaba en tono desdeñoso un no, no, no quiero
cuando Reno le brindaba algunos para que degustase de lo rico que son.
La experiencia fue única… pero no la última sino la primera
para mí y una más para esta familia que crece deliberadamente como grupo que no
cree en cobardes y de la que indiscutiblemente queda mucho por escribir todavía…
Me encantó esto y además saberte contento. Disfruta lo que puedas, juventud e inteligencia tienes. Un buen grupo hace maravillas y conocer endulza el alma. En mi época tuve la dicha de "vacacionar", primero con mis padres, esa linda etapa en que pides sin fijarte en los precios; y hasta hace unos años, lo mismo. A mi hijo le sucede como a ti, otra época y otros precios, pero sigue viviendo experiencias como estas y deja el dormir para el regreso.
ResponderBorrarAh, cuídate mucho de los boliches que son venenosos, ja ja ja, qué cómico.
Más abrazos tinajoneros y con un hálito de mi playa más cercana, sin dejar de reconocer que la Orilla de esta, la de ambos (qué fresca soy), siempre me aporta alegría, un abrazo fuerte
Precisamente experimenté vivencias y sensaciones maravillosas junto a este grupo que indiscutiblemente “endulza el alma”. Vacacionar decantando ciudades nos pone en contacto directo con la naturaleza y consigue aislarnos inexplicablemente de toda presión que podamos estar experimentando en el día a día. Tienes toda la razón… la época y los precios cambian… pero esta sed de expedicionarios deseosos de tropezarnos con todo lo bueno que nos depara la vida se propaga de generación en generación como plaga que pudiese salvar al mundo. Aun sabiendo existe la posibilidad de tropezarnos con personas que se preocupen por nuestra salud y crean nos estamos envenenando con boliches, jajaja. Aquello teníamos que haberlo grabado… “Venenoso el capulí… con lo rico que es el fruto”, jajaja.
BorrarGracias por tus abrazos tinajoneros… y más sabiendo traen brisa de esa playa tuya más cercana. Debo confesarte estoy algo celoso… aunque igual reconociendo me gustan los abrazos… la gente fresca… la gente que se roba los post y las fotos que les gusta… y que reconocen desde los inicios estar a punto de cometer un delito. Claro está no es el caso… esta Orilla igual es tuya y ay de quien diga lo contrario, jajaja. Mis más sinceros abrazos envolviendo saco y medio de cariño.
Un dia de estos me compro una mochila, por si una mañana de estas me da por ponerla al hombro y unirme físicamente a Camping Cuba, un grupo que disfruto en la red con la añoranza de formar parte de sus trav....esías y ...esuras.
ResponderBorrar
BorrarNo te lo pienses mucho… sal… compra tu mochila… planifícalo todo y no esperes ese algún día para unirte físicamente. Hazlo ya… entre impulsos añorantes por aventurarte rumbo a lo desconocido… Resulta genial y tentadoramente -como bien digo en el post- saludable!!!