
Rara vez encuentros entre
Real Madrid-Barcelona logran conservar la calma entre familiares y amigos. Rara
y extinta porque la verdad es que no conozco de alguna. Cada enfrentamiento aparenta
ser el último y del que todos esperan un triunfador y cenizas en lugar del
vencido.
Las relaciones más
fuertes tienden a disiparse ante enfrentamientos donde la brisa se transforma
en vientos huracanados. Desde semanas
antes del partido son muchas las predicciones de ambas partes. Una y otra que
si hasta entonces eran amigos… dejarán de serlo para convertirse en el mayor de
los rivales.
Por
suerte… soy más de Juventus y vestir bianconero.
Este sábado no estuvo excepto de reglas. Cada seguidor despertó
desde temprano vestido de blanco o azulgrana dispuestos a no dejar asuntos
pendientes y asegurar el poder estar sentados delante de una pantalla
justamente llegado el momento del partido… o de la catarsis. Porque puede
decirse que el mundo entra en shock y creo hasta deja de girar ante cada enfrentamiento
entre Merengues y Culé.
Justo a las 12:15 pm
ambos clubes salían al Santiago Bernabéu a dejarlo todo por el todo en una ida
trituradora. Desconcertantemente hubo quien no estuvo a la altura del otro. Un
desorganizado Madrid que dejaba de ser Real para falsificarse en su propio
terreno. Donde no lograba posesión de la esférica mientras optaba por el
balonazo a diestra y siniestra.
Transcurrido los primeros once minutos del partido alcanzo a
divisar en las páginas del Google que ya el Barça había marcado el primer gol.
Minutos después llamo por teléfono a un amigo que me comenta no podía creer
aquello. Neymar aseguraba un marcador que ya estaba 2-0 en el minuto treinta y
nueve de la primera mitad con pronósticos de incremento.
Imposible dada la distancia, pero quería ver su cara.
Imagínense… un madridista –mi amigo- compartiendo sala con su hermano
barcelonista. La rivalidad y el subidón de adrenalina en vena los terminaba
superando.
Con sed insaciable de victoria el Barça se crecía
deliberadamente comiendo merengue hasta por los ojos. No perdieron tiempo
alguno. Salieron al campo como leones en la sabana tras su presa. Garantizando
la seguridad con un portero Claudio que gracias a lo Bravo de su apellido dejó
de creer en Cristiano para atajar cuanto balón aparecía entre sus tres palos.
El tipo además de bravo… es bueno y su arco impenetrable.
Hay que reconocérselo.
El Madrid comenzaba a quedarse pequeño en un terreno que se
teñía de azulgrana. Resulta imperdonable cuestionarle a Rafa Benítez el cambio de
James Rodríguez por Isco y el de Marcelo Vieira por Dani Carvajal tan solo por
haber disgustado a los seguidores. Seamos realistas. Aquello ya sabía a goleada
y un jugador desde luego no hace un equipo.
Menos aún para enfrentarse a un oponente que hasta cartas
bajo la manga se traía. Así llegó tras varias semanas de inactividad Lionel
Messi para servir en bandeja de plata la cuarta anotación para el Barça y el
segundo gol para Luisito Suarez, en el minuto ochenta y seis de la segunda
mitad.
Un
Luisito Suarez que fortaleció su defensa tras morder en el hombro a Chiellini en
el pasado mundial contra la Vecchia Signora. Seamos realistas y apartemos la
modestia en una esquina. Lo bueno es siempre bueno y además resulta
contagioso.
Finalizado el partido las calles volvían a ser transitadas
deprimentemente por quienes vestían de color blanco y otros que declarándose
barcelonistas sugerían festejando a los primeros el poder cambiarse de equipo
antes de la vuelta.
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