Amanecer
insípido e ingrávido de quien en mero intento de mejorar su calidad de vida,
dígase en el plano económico, termina condenando la sensibilidad a muerte. No
importa para ello tengan que vender el alma al diablo. No importa en mero
intento terminen asfixiando la existencia de quienes se desviven por vivir.
Bien podría encontrar el caso donde el
fin termine justificando los medios. Mas por dicha que sea la fortuna no deja
de ser miseria cuando sobre cada céntimo pesa irremediablemente el crujir involuntario
de la piel que se quiebra entre gemidos y la sangre fluyendo sin saber a dónde.
La historia podría remontarse desde el
comienzo de la domesticación animal. En aquel entonces la cacería se tornaba
una necesidad de primer orden para la alimentación de nuestra especie y la raza
canina nos servía de gran ayuda. Para lo cual se comenzaba un proceso de
selección donde la musculatura robusta, fuerza extrema en las mandíbulas,
elevado carácter temperamental y resistencia al dolor eran factores imprescindibles
a contemplar en dicha espécimen que se enfrentaría posteriormente a toros y
osos.
Pero la inconformidad no tardó en tocar
a la puerta. Poco a poco el desarrollo comenzaba a hacer gala de su presencia
con armas de fuego y otras técnicas que terminaban robándose el espectáculo.
Los perros ocupaban un papel secundario que con el tiempo llegó a tildarse
obsoleto. En función de ello fueron destinados a enfrentarse sangrientamente
unos a otros durante más de seiscientos años. Alcanzando su apogeo en pleno siglo
XVI y saciando consigo la repugnante sed de codicia, juegos ilícitos, apuestas
y entretenimiento absurdo del ser humano.
Transcurrido
el tiempo que de momento son años, y gracias a las agencias protectoras de
animales, esta práctica se ha convertido en una actividad ilegal, repudiada por
la ley y rechazada en gran parte del mundo desde 1976. Aunque de igual modo
tenemos que reconocer todavía existen quienes incurren en la falta. Pese a lo
desagradable e inhumano que resulta ver cómo estos animales se desgarran, así,
literalmente, a mordiscos la vida.
Vale resaltar las personas que
desperdician su tiempo en la práctica ilícita de tal acto barbárico y
sangriento, ellos atribuyen que el pelearse entre sí es pleno instinto animal
de estas razas. Ante lo cual uno de los especialistas en Anatomía Patológica,
Félix Manuel Prieto Acando, del Laboratorio Nacional de Diagnóstico
Veterinario, comienza sentenciando: “Son
los seres humanos quienes alteran el comportamiento psíquico de la raza canina,
de acuerdo con sus intereses y conveniencias”
Tal cual sucede con el resto de los
canes que optimizan considerablemente el trabajo en nuestra sociedad, estos
reciben de igual manera una atención diferenciada. Sería hasta bueno recalcar
diferenciada, constante y aterradora. “La
forma de actuar de cada animal viene dada por la preparación que recibe de
acuerdo con la finalidad para la que los entrena el hombre”, asegura
Prieto.

Muchos
son los que se vanaglorian de tener al mejor contrincante tras varios cruces
entre Stanford, Bull terrier y Pit Bull.
A este priorizan la mejor atención clínica y alimenticia. O bien dado el
caso la peor. Porque prefieren, en lugar de gastarse el dinero, andarse de
casería recogiendo cuanto perro o gato se encuentran por la calle y que por
absurdo de creer le dan a comer vivo.
Entre
tanto alboroto proporcionado durante las peleas, por espectadores y dueños,
apenas logran escucharse los gemidos. Pero cada dentada duele y desespera con
tendencia al incremento. El pobre animal sufre deliberadamente. Sabe que tiene
que luchar por su propia vida porque el dueño no le ha dejado otra alternativa.
Matar a su contrincante es solo el primer paso. Luego tendrá que recuperarse de
las heridas e infecciones porque rara vez son atendidos por médicos
veterinarios para evitar posibles inconvenientes con la policía. Aunque dado el caso, Félix nos deja claro, “el animal no tiene la culpa” y en su
casa tiene atención segura aunque luego concluya dando parte a las autoridades.
Como
especie humana hemos evolucionado continuamente sin límites de por medio. Pero
sin dudas hay muchos que continúan en el actual siglo XXI, siendo los mismos
Neandertales de siempre. No dejo de preguntarme cómo es posible que a estas
alturas, con lo tanto que se han esforzado para demostrar es el perro el mejor
amigo del hombre, venga el hombre a joderle precisamente la vida al perro.
Disímiles son las historias en donde
los canes terminan posesionándose del papel protagónico para terminar
salvándole la vida al hombre. Tan reales como la de Balto, de raza Husky
Siberiano, que pudo en su comienzo no ser tan Magnífico pero terminó liderando
a comienzos de 1925 una caravana de perros que recorría en trineo más de 1.000
millas con temperaturas de 300 bajo cero en Alaska. Para trasladar
un cargamento de suero que terminase con la epidemia diftérica que se había
desatado en la ciudad. O la de Barry, un San Bernardo que trabajó como perro de
rescate montañés en Suiza y salvó a 40 personas durante sus 14 años de vida.
Historias tan relevantes y conmovedoras
como estas puede no hayan muchas pero miles son los niños con parálisis
cerebral que logran evolucionar morfo-fisiológicamente gracias al cariño
proporcionado por sus mascotas. Y hasta los vecinos de la tercera edad que se
aferran un poco a la vida tras experimentar la pérdida de la persona con la que
han compartido casi toda la existencia, “porque
aún tienen una mascota que les necesita y quiere”. Reafirma Prieto.
Como bien decía nuestro apóstol
nacional: “¿Qué sería del hombre
sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre moriría de una gran
soledad espiritual, porque lo que le suceda a los animales, también le sucederá
al hombre. Todo va enlazado”.
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