Precisamente porque son la esperanza del mundo quienes nacen para ser felices. Niños de todas partes que se contentan con poco porque de sobra conocen que lo esencial continuará de por vida siendo invisible a los ojos.
Retoños que crecen para formarse entre el rigor del trabajo garantizado por principios éticos que escasean por estos días. Por estos días escasea de todo un poco en sociedades donde es contemplado el consumo como necesidad de primer orden.
...necesidad...
¿A caso
necesitan los niños de videojuegos... de un ipad... de un teléfono celular o
una computadora para ser felices? De ser así temo no haber sido -lo cual sería
descabelladamente absurdo- nunca niño...
o en su reverso, el chama más afortunado del planeta sabiéndome distante de tanta
porquería.
Niños. Benditos
críos.
Ellos no conocen
del hambre ni del filo de la maldad. Se contentan con la familia que se deja la
piel por verles crecer sanos y fuertes. No porque lo necesiten para salir a
conquistar ciudades un poco más tarde... sino porque la suerte está echada
entre el deber como vía de escape para desde tempranas edades ayudar a sus
padres. Ya nos lo decía Martí: "El trabajo ennoblese".
Con ellos me encuentro en cada guerrilla con la que intento
desintoxicarme de esta sociedad despilfarradora y consumista. Poco importa a
donde vaya. Sé que siempre estarán ahí aunque con rostros diferentes...
inundando con sus sonrisas cada rincón a donde voltear.
Resulta enigmática la sinceridad que nos inunda cuando nos
adentramos en sus miradas. Es como si cada uno sin balbusear una palabra fuese
capaz de contarnos su propia historia. Historias con sus respectivas
particularidades.
Entonces recuerdo la desdicha de Nemesia en los versos de
Naborí. En la prosa incapaz de hacerme temblar de emoción como en aquella tarde
donde un nudo en la garganta me impedía hablar, cuando frente a mis ojos tuve
sus zapaticos blancos.
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