
El sábado desperté más temprano
que de costumbre, más como de costumbre, con una taza de buen café –recién
colado- en mano y la inusitada percepción de un olor a nostalgia que se me
filtraba entre los poros. Ya para entonces la brisa que se colaba entre las
rendijas de mi alma, dejaba claro la proximidad de un frente frío anunciado
previamente –la noche del viernes- por el departamento de Meteorología en la
emisión estelar del NTV.
Desde
la ventana -recién abierta- alcanzo a ver las primeras siluetas del sol que se
asoma tras la palidez de los primeros síntomas del invierno. Y consigo un
informe vago que me recuerda estoy solo, que pasaré otro año distante de esa
media naranja que no encuentro o simplemente que no llega, que se cansó de
esperar a la vuelta de la esquina o que en medio de una borrachera, Cupido
derribó con un flechazo.
Tengo
una amiga que no deja de repetirme que soy muy selectivo, que si esa no porque
aquello, que si aquella no porque lo otro. Pero es simplemente que en
cuestiones de amor solo el corazón sabe y la zorra –de Exupéry- no dejaba de
tener razón cuando alardeaba con aquello de que “lo esencial es invisible a los
ojos”. En ocasiones he llegado a pensar
que como el Principito, igual soy de otra galaxia y producto a cualquier golpe
recibido en la caída he llegado a olvidar cómo regresar a mi asteroide. Por
cierto… ¿de qué asteroide vengo?
(…)
Pero
tanta aflicción no me arruinará el día… no me hará olvidar que desperté con
inmensos deseos de verle, de lanzarme de la cama y correr en busca de sus
brazos, o mejor dicho, de sus olas, de tenerle en frente queriendo quedármela
todita para mí, compartiendo cada fragmento –de la mar- que vislumbran mis ojos
con esos blogueros que sigo y a los que hoy tildo como amigos o simplemente
como compañeros de causa. Hasta una
botella me ha llegado… salvo que esta no es de Leydi, no lleva nada –está
vacía- dentro. Aunque me preocupa que la haya lanzado con un grito de silencio.
Por si acaso la llevo conmigo, y con ella, un puñado de arena que les ha
sobrado a unos cangrejos a los que de tanto rogar, decidieron donarme, un
manojo de piedrecillas orgasmificadas por inmensas rocas ante la excitación del
amar de las olas, alguna que otra concha abandonada por las ostras y estos
inmensos deseos de querer y ser querido.
Le
contemplo ensimismado, maravillado de lo bello, de ese melódico olear que ahoga
mis tristezas, como ahoga –en el mejor de los casos, claro está- el adicto sus
penas en vino. Creía estar solo, pero indiscutiblemente el sin fin de huellas
percibidas ahí: “A la Orilla del Mar”, me demostraban lo contrario. No era el
único que aparentemente necesitaba estar solo, meditar y vacilar respecto a lo
que no ha sido de su vida, o de la mía, particularmente. El ir y venir no cesaba… chicos –ahogados en
risas- corriendo detrás de los crustáceos, un pescador que lanza el anzuelo con
la esperanza de pescar algo algún día, buzos frustrados que se lanzan
practicando apnea y otros que se pasaban disfrutando del momento como si fuese
el último. ¿Habrán percibido que pretendía llevarlo conmigo a mi regreso?
A
lo lejos, alcanzo a ver que se acerca una señora, con aspecto peregrino –no
lejos de compartir edad con mi Mima- que tal vez -del mismo modo que cuentan y
nos cuenta nuestro Pepe Martí- llegó como ese viajero que llegó un día a
Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se
comía ni se dormía, sino cómo se iba a la estatua… pero esta vez, ella en lugar
de ir a ver a Bolívar intentaba reencontrarse con el mar. Y cuentan que el
viajero, solo con los árboles altos y olores de la plaza, lloraba frente a la
estatua, que parecía que se movía como un padre cuando se le acerca un hijo.
Del mismo modo que ella lloraba –de frente al mar- como si invirtiendo la
ecuación, fuese el mar quien le alejase de alguno.
Ya
caída la tarde y repudiando este vacío, doy vuelta tras vuelta tratando de
despistarle… pero el invierno continua ahí, despojándose de sus bajas
temperaturas y echándome en cara los labios que no me besan, el susurro que se
ausenta, los ojos que no me miran, las manos que no me rosan -ni buscan las
mías para salir acompañadas o para cruzar una calle-, los brazos que no me
abrazan y hasta ese rostro que no me sonríe.
No me deja de otras que tararear junto a Silvio:
Le he preguntado –PREGUNTARLE- a
mi sombra
a ver cómo ando
para reírme
mientras el llanto
con voz de templo
rompe en la sala
regando el tiempo.
Mi sombra dice que reírse
es ver los llantos
como mi llanto
y me he callado
desesperado
y escucho entonces
la tierra llora.
La era está pariendo un corazón
no puede más
se muere de dolor
y hay que acudir corriendo
pues se cae el porvenir.
En cualquier selva del mundo
en cualquier calle.
Debo dejar la casa y el sillón
la madre vive hasta que muere el sol
y hay que quemar el cielo
si es preciso por vivir
Por cualquier hombre –mujer- del mundo
por cualquier cosa.
El (o la) mar, siempre es motivo de letras. Un gusto haberme sentado en esta orilla a leerte.
ResponderBorrarEl gusto es mío al encontrar tus huellas en mi orilla… huellas que espero no se borren y mantengan una continuidad perpetua. Que tengas un buen día… saludos.
BorrarGracias por anclar la Isla nuestra de cada dia a la orilla de este mar personal; un sitio al cual, sin dudas, vale la pena regresar para leer post tan íntimos como este.
ResponderBorrarDesde ahora las tierras vecinas de mi bitácora añaden este blog a sus enlaces para estrechar lazos blogueriles en las red.
Un placer llegar!
Te invito a acompañarme algún martes de estos en la Isla nuestra de cada día. Saludos
Gracias miles a ti por dejar tus huellas en mi orilla... huellas que –como le decía a Mar- espero no se borren y mantengan una continuidad perpetua. Igual del mismo modo, me las arreglaré para llegarme hasta tu isla, bueno, “la nuestra de cada día”… tal vez hasta de ahí alcance avizorar algunas de las botellas de Leydi. Es a ella, en realidad a quien tenemos que agradecer el ancla entre “la Isla nuestra de cada día” y “la orilla de este mar”.
BorrarMuchísimas gracias nuevamente por llegarte… que tengas buen día. Ya nos veremos, a horcajadas sobre algún “taburete”, compartiendo “un pedacito de mar” mientras esperamos alguna que otra “botella”, ahí, en la “Isla nuestra de cada día”, desde "la orilla de esta mar". Saludos.
Amigo: Qué bello esto, cuánta poesía!!! ¿sabes algo?, te envidio -una sana envidia, desde luego-. Siempre digo sentirme orgullosa de mi pedacito donde nací, lo veo lindo aunque a veces no lo esté tanto, y más por estos tiempos que ha sido embellecido, pero le falto algo: un poquito de mar. Como no puedes enviarme un poco, entro, te leo y me parece verlo, olerlo!!!!, Gracias por tanta gentileza!!!!, mis cariños findeañeros!!!!!
ResponderBorrarCuqui, amiga... en realidad no tienes nada que agradecerme, sino que por el contrario. Afortunadamente no llegamos a este mundo con todas las aptitudes y actitudes que deseásemos encontrar en nuestras personalidades. Y gracias precisamente a razones como estas, tal cual tú sientes la necesidad de llegarte hasta la orilla de mi mar en pleno intento de verlo y ambicionar llevarte parte en tu sistema respiratorio, yo siento inmensa urgía de beberme crónicas con estos finales no anunciados que me dictan aún siguen existiendo cosas maravillosas en este mundo por las cuales despertar en las mañanas deseando sonreírle a la vida. Saludos y abrazos –navideños- miles…
BorrarAdanys, amigo mío, me sorprendiste por mis crónicas con final no anunciado. Busqué tu respuesta aquí, en la orilla de tu mar y me extrañó no verla.
ResponderBorrarPero como buen amigo que eres aquí la encontré.
Así es la vida. Unos nos compensamos con los otros y se hace más llevadera. Por suerte me encontraste y te encontré, valgan las repeticiones, y de esta manera despertamos cada mañana en espera de la próxima.
Te devuelvo la felicitación como mismo dices llena de abrazos de todo lo bueno, real y maravilloso de este mundo. Que el 2015 te complazca en todo lo que le sea posible aun ser humano, mis cariños
Perdone amiga la tardanza de mi respuesta a la huella dejada por sus crónicas no anunciadas a la orilla de mi mar… entre teclas y un latir irreprimible se me ha ido prácticamente el día con “Trecientas a la N veces más que el Sol” publicada recientemente. Y no me perdonaría terminar el año sin corresponder más que a sus comentarios, a todo ese cariño que despilfarras a chorro por donde pasas. Gracias miles por llegarte hasta esta orilla y brindarme esa amistad incondicional a la cual me aferro en espera de un nuevo y próspero 2015. Igual le deseo que “el 2015 le complazca en todo lo que le sea posible a un ser humano” Saludos y abrazos miles.
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