
Así que nada, mientras no me quedaba de otras que
mojarme un poco, al cerrar la puerta tras de mí y en el intento de
lanzarme en un estrepitoso chapotear de pies en cuanto charco se topasen
en el camino, con el único fin de guarecerme en un portal, lo más cerca
posible de la parada de Ómnibus, alcanzo a escuchar a alguien que
comenta –como quien lo hace para que todos a su alrededor se enteren-
“ya este, no mata ni se come una gallina más”.
No fue hasta unos minutos más tarde que alcancé a ver
escabulléndose de la lluvia, bajo el mismo techo –de la Farmacia- en el
que permanecía, el cuerpo de aquella voz portadora de un “ya este, no
mata ni se come una gallina más”. Pero contemplando entonces que la
misma llevaba consigo un saco –sucio y pestilente, por cierto- en el que
sin dudas se encontraba el animal, para ser exacto, su mascota. Deparar
en detalles no valía la pena… en realidad, daba igual si fuese un gato o
un perro quien se encontrase dentro de aquel morral. Lo cierto es que
daba pena y vergüenza ver como aquella criatura se esforzaba inútilmente
por liberarse de aquel martirio.
El tiempo pasaba… y como la lluvia no aparentaba
tener intenciones de darnos margen para continuar nuestro camino,
comienzo a inventarme historias de aquel animalito, del daño que pudo
generar, el disgusto ocasionado a su dueña y hasta de ese vecindario en
que sería abandonado. Con suerte –aun sabiendo que es esta el pretexto
de los fracasados- encontraría un chic@ que le acogiese con la absoluta
disposición de brindarle los cuidados y el afecto necesario para llegar a
domesticarle, en lugar de andarse por la calle con un: “ya este, no
mata ni se come una gallina más”.
Fueron tantas las historias que me inventaba, que
tardé un poco en percatarme que dejaba de llover y aquella señora se
aventuraba entonces a cruzar la avenida. Ya estando del otro lado de la
calle y habiendo previamente asegurado la obstrucción de todo posible
escape con un nudo en la abertura, le veo dirigirse sin titubeo alguno
en dirección a un contenedor de basuras. Si, en este preciso momento en
el que me leen, comienzan a formular la misma interrogante que no dejaba
de dar vueltas en mí cabeza. Aun no me podía creer que aquella señora
fuese a arrojar al pobre y desdichado animalito en aquel lugar.
Pero la sorpresa fue inminente y tardó menos en
llegar que mi respuesta a semejante barbaridad. Porque sí, la señora
levantaba la tapa de aquel depósito y lanzó la bolsa con el animal
dentro y sin remordimiento alguno… tal como si fuese un manojo de basura
inorgánica de la que nos deshacemos a diario. Me costaba creer lo que
mis ojos declaraban como crimen y entre tantos transeúnte que se pasaban
por el lugar, sin prestarle importancia a lo sucedido, me dispongo a
llegar y convencerme de que no es cierto esto que les cuento.
Más por desgracia, sí que todo estaba sucediendo… y
dentro alcanzaba a ver cómo se sacudía el supuesto animal prisionero en
el saco. Ya olvidándome de cómo estaba vestido y del rumbo que llevaba,
me dispongo a voltear el contendor –inesperadamente vacío, gracias al
servicio de comunales- para lo cual me auxilio de un vecino que se
pasaba a comprar el pan. Según lo previsto, el esfuerzo fue bien poco…
más desconcertante mi reacción y la de todos los que de a poco se
acercaban a la escena del crimen, cuando vieron salir del saco –luego de
advertir al vecino con un: “cuidado y en medio del desespero no te
muerda”- a dos cachorros muy bonitos y buen cuidados, que tendrían a lo
sumo dos meses de nacido y tamaño suficiente como para invertir la
ecuación y creernos que fuesen las gallinas quienes tuviesen
posibilidades de comérselos a ellos.
Pasados exactamente –luego de haber deseado en un
gruñido para mis adentros: “ojalá y se le partan las patas”- cuatro días
de lo ocurrido, ingenuamente continúo preguntándome cómo rayos pueden
existir personas sobresaturadas de tanta maldad y vacías de corazón???
Lamentablemente los perros –sumisos por naturaleza propia- siempre se
las arreglan para regresar a casa, justamente con la esperanza de lamer
la mano del dueño que no se harta de golpearles, o que pregona de
cuándo en vez: “ya este, no mata ni se come una gallina más”. Y lo peor,
es que desafortunadamente vivimos en una sociedad donde no existe
organización a la que podamos denunciar hechos inhumanos como estos…
donde claro está, no hay peor miseria que la albergada en el alma humana. Ahora me inquieta el destino de estos cachorros… ¿qué habrá sido de ellos, continuarán con vida?
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