Droga en tacones

               Llega radiante de felicidad tras habérsele topado –como quien no quiere las cosas- en los pasillos. Es obvio… le ha visto… esa sonrisa de oreja a oreja no hace más que delatarle.  Y en pleno intento de engañar a los demás y pasar el encuentro por alto, disimula tal como lo hace un niño pequeño cuando le premian con una golosina o erróneamente ha quebrado un adorno. Solo él se cree el cuento de que nadie lo sabe… el resto, está convencido de lo que lleva en los bolsillos.

      Acabas de encontrarte con ella… ¿verdad? Le pregunta su hermana -la misma que desde pequeña  desea una mascota y ya después de grande a un pelín está de convencer a sus padres de su tormentosa añoranza- nada más verle llegar. Siiiiiii… le has visto… de ello no me queda la menor duda.

        Para nada… te equivocas, le comenta deseando camuflar las emociones con tal de no darle la razón y seguir de largo.

       Sí que le has visto… no pretendas –se antepone, en pleno plan ofensivo- engañarme, que le has visto. Tienes esa carita de drogado que solo portas cuando gozas un pedo que te cagas o bien porque estás coladito por ella.  Porque ahora me drogo, ¿no?  le interrumpe con tono defensivo atropellando las palabras en sus labios. Pues bien, continúa en pleno intento autodefensivo, dime entonces… tú que lo sabes todo, ¿qué sustancia es la que llevo en las venas? ¿Éctasis, heroína, marihuana, cocaína? ¿Cuál? dime tú.

       Pero a cambio de respuesta solo recibe una picaresca sonrisa que le confirma estar drogado.  Y para que no quedase duda alguna… le reitera nuevamente que sí, que está drogado…  pero no son sus venas sino su corazón quien le alberga. Y que esta no viaja en la sangre ni por vía respiratoria alguna… sino en tacones.