Cuando creemos haber escuchado la
última barbarie de las que atenta contra el dialecto español, visualizado la
última puesta de sol, la última oleada marítima, el último amanecer primaveral,
el último palpitar de un corazón aferrado a no dejar de latir… aparece siempre alguien que para sorprender,
termina demostrando el cuán equivocado pudimos haber estado al respecto.
Ocasionalmente siempre sucede… unas veces a corto y otras a muy largo plazo. Pero siempre, sin
importar el cómo ni el cuándo… termina un rostro sonriente contagiándonos de
real y absoluta felicidad, de momentos en los que el corazón late más a prisa y
los problemas terminan multiplicados por cero sin la mínima posibilidad de
encontrar en ello el más ínfimo margen de error.
Esta
vez puede que el culo y la llovizna no tengan mucho que ver el uno con la otra
respectivamente… que al sol y la luna jamás puedan andar juntos de la mano por
una diferencia palpable de veinticuatro horas… que la montaña no pueda llegar
hasta Mahoma, o bien sean miles las
razones encontradas por esos niños – que, tal cual nos deja escrito en varias
ocasiones nuestro apóstol nacional, nacen para ser felices- para no comprender
a esta humanidad que vive de manera abstracta sin saber por qué. Pero lo cierto de todo esto que les cuento, es
que sigue ahí… caminando justamente a diez centímetros de una palpable caricia.
Es
entonces, cuando entre miradas y picarescas sonrisas embriagadoras… en plena
estación primaveral donde –mayormente en esta cubita linda- las temperaturas
exceden los 380c, deja escapar un ínfimo comentario con el que no
podemos evitar carcajearnos. Ojalá y cuando lleguemos AIGA –así,
dicho del mismo modo en el que me leen escribirlo- alguna guagua esperando por
nosotros.
¿Cómo?
Si… ojalá
y cuando lleguemos AIGA alguna
guagua –pero esta vez con cierta malicia
en la mirada, porque sabe cuánto puede llegar a molestar semejante atropello a
quien goza de las palabras- esperando por nosotros. Ante el desconcierto, sin dudar el mínimo
instante detiene sus pasos mientras busca un bolígrafo y anota en su mano
izquierda la - ¿cómo decirle, porque no me atrevo a definirle como palabra?-
AIGA, en el mismísimo instante que aprovecha para preguntarle el verbo en
infinitivo del cual proviene.
Ante
lo cual… aun sin ser capaz de esperar semejante respuesta se le queda
observando. Mientras, como quien no quiere las cosas con la plena intención de
ambicionarlo todo en absoluto… inunda su alma de tenebrosa ternura con el mero
–eficiente en su totalidad- intento de eternizar en mi rostro una sonrisa. Si… -
continúa, tal cual hacemos muchos con la esperanza de no dar jamás nuestro
brazo a torcer- AIGA proviene de AIGAR.
Amigo: Ja ja ja, me hiciste reír. La verdad hoy no vine por el fresco de la Orilla de tu-mi Mar, el calor sofocante nos ha dejado por un "ratico", pero sí necesito refrescarme con la lectura de tus escritos, sabes me encantan y eso refresca el alma. Muy original esto que dejaste, ¿sabes?, acerca del modo de hablar tengo uno para estos días allá por mis-tus Crónicas. Son cosas que oigo y no quiero dejarlas pasar, así es que luego me dirás, sí porque sé me visitarás, ¡qué engreída!
ResponderBorrarSigue con la Musa, que buena falta nos hace para desconectar!!!!!
Pasa un lindo día, y te dejo mis abrazos "tinajoneros"!!!!!
Gracias miles por esos abrazos que entre tinajas me llegan pero que bien fresquecitos... estos de igual modo, sí que refrescan el alma!!! Me alegra saberte riendo por esta orilla ya tan tuya como mía. Con ocurrencias como estás nos encontramos a diario, salvo que la inmensa mayoría son solo barbaries que atentan inmensamente contra el dialecto español… y no precisamente con la mera intención de regalarnos maravillosos momentos como este que comparto. Amiga, la cuestión nos está en el que seas o no “engreída”, sino en la sabiduría de esas palabras que bien diagnostican mi absoluta adicción por esas tus-mis Crónicas con final sin previo anuncio. Un lindo día igual para ti. Abrazos y saludos miles.
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