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lunes, 25 de mayo de 2015

Picasso




              Atípicamente… cómo no le sucede desde quien sabe cuándo, despierta justo a las seis de la madrugada con la absoluta certeza de haber dormido, a lo sumo: tres horas de las veinticuatros que tiene el día. Esta vez sus ojos se niegan a cerrarse y el insomnio está justamente asechando en los rincones. Dejaba entonces de prescindir alarmas móviles y despertadores digitales para carcajearse del iluso desvelo, mientras se alistaba para asumir –tal cual lo hace Arjona en unos de sus CD- el hoy como un buen día para empezar.
        
                     En lo menos que canta un gallo –como mismo me decía de cuando en vez MI MEJOR AMIGO- entre un buen baño que le despojase de un insípido ayer, cepillazos dentales y el abotonar de una camisa en pleno intento de camuflar la desnudes de su alma cuando le tiene cerca, se lanzaba con suma prisa a las calles en cuajada tentativa de tratar pacíficamente con el Tic Tac del reloj. El transporte urbano fluía mejor que nunca, ómnibus que llegaban y marchaban con una periodicidad máxima de veinte minutos… pero su inconformidad con un minutero en pleno intento de adelantarse al instante previsto le ínsita a parar un taxi, botero, como se le conoce en mí habana, o en la nuestra… que no es la misma pero es igual.   
        
                       Para su sorpresa y puro desconcierto, se tropieza con un “buen día joven… hacia dónde le llevo???” En principio la proporcionalidad era recíproca –el chofer necesitaba de él para tener parte de su salario y él, del chofer para llegar a su destino- y viéndolo desde una cierta inclinación angular,  bien podría ser la simple estrategia trazada por el chofer para atraer a su cliente.  Durante el viaje corroboró que estaba totalmente equivocado… no había persona que se bajase del auto sin escuchar un “hasta luego, que tenga buen día”.
        
                      Se sentía a gusto en aquel viaje donde el taxista estaba convencido de que la mejor forma de pasar el día es deshaciéndose de la rutina y amenizando la trayectoria de sus pasajeros. Tanto así… que ante deparar en tiempo y espacio ya estaba en el otro extremo de su viaje, con la satisfacción del “hasta luego” proyectado en un buen día por aquel hombre pasado los cincuenta de edad.
         
                      Antes de lo previsto estaba justamente enfrente de su casa. Le costó tocar a su puerta… hasta que en un frenético impulso decidía llamarle al móvil. De repente todo dejaba de tonalizarse color gris y las coloraciones  destilaban en pleno intento de alcanzar una palabra, más no podía, continuaba absorto… maravillado de lo bello, real y maravilloso de este mundo, y de otros tantos para ser concreto.
        
                     Su inspiración estaba ahí… justamente delante de sus ojos. Al alcance de una caricia y distanciada por un cobarde latir con el temor de verle huir en pleno plan defensivo. Pero estaba ahí… dejando claro que la proporcionalidad atractiva entre ambos era directa y los deseos de abrazar, infinitos en un partido donde las faltas y penales eran cometidos intencionalmente en pleno intento de eternizar el momento.
         
                      Tanta euforia… adrenalina… corriendo por las venas… y deseos de amar con un “por y para siempre”. Para entonces, en ausencia de un fragmento de papel donde comenzar a escribir se refugia en un cuadrilátero en el cual todos veían un trozo de pared por pintar. Él, solo un lienzo donde a brochazos de color marfil cubría toda una obra de Picasso –donde hoy- como las tan conocidas mentiras, se divisa una inmensidad de Heridas de Guerra… tal cual nos describe “Nilyam en OjosalaN”    
        

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