Atípicamente…
cómo no le sucede desde quien sabe cuándo, despierta justo a las seis de la
madrugada con la absoluta certeza de haber dormido, a lo sumo: tres horas de
las veinticuatros que tiene el día. Esta vez sus ojos se niegan a cerrarse y el
insomnio está justamente asechando en los rincones. Dejaba entonces de
prescindir alarmas móviles y despertadores digitales para carcajearse del iluso
desvelo, mientras se alistaba para asumir –tal cual lo hace Arjona en unos de
sus CD- el hoy como un buen día para empezar.
En lo menos que canta un gallo –como
mismo me decía de cuando en vez MI MEJOR AMIGO- entre un buen baño que le
despojase de un insípido ayer, cepillazos dentales y el abotonar de una camisa
en pleno intento de camuflar la desnudes de su alma cuando le tiene cerca, se
lanzaba con suma prisa a las calles en cuajada tentativa de tratar
pacíficamente con el Tic Tac del reloj. El transporte urbano fluía mejor que
nunca, ómnibus que llegaban y marchaban con una periodicidad máxima de veinte minutos…
pero su inconformidad con un minutero en pleno intento de adelantarse al
instante previsto le ínsita a parar un taxi, botero, como se le conoce en mí
habana, o en la nuestra… que no es la misma pero es igual.
Para su sorpresa y puro desconcierto, se
tropieza con un “buen día joven… hacia dónde le llevo???” En principio la
proporcionalidad era recíproca –el chofer necesitaba de él para tener parte de
su salario y él, del chofer para llegar a su destino- y viéndolo desde una cierta
inclinación angular, bien podría ser la
simple estrategia trazada por el chofer para atraer a su cliente. Durante el viaje corroboró que estaba
totalmente equivocado… no había persona que se bajase del auto sin escuchar un
“hasta luego, que tenga buen día”.
Se sentía a gusto en aquel viaje donde
el taxista estaba convencido de que la mejor forma de pasar el día es
deshaciéndose de la rutina y amenizando la trayectoria de sus pasajeros. Tanto
así… que ante deparar en tiempo y espacio ya estaba en el otro extremo de su
viaje, con la satisfacción del “hasta luego” proyectado en un buen día por
aquel hombre pasado los cincuenta de edad.
Antes de lo previsto estaba justamente
enfrente de su casa. Le costó tocar a su puerta… hasta que en un frenético
impulso decidía llamarle al móvil. De repente todo dejaba de tonalizarse color
gris y las coloraciones destilaban en
pleno intento de alcanzar una palabra, más no podía, continuaba absorto… maravillado
de lo bello, real y maravilloso de este mundo, y de otros tantos para ser
concreto.
Su inspiración estaba ahí… justamente
delante de sus ojos. Al alcance de una caricia y distanciada por un cobarde
latir con el temor de verle huir en pleno plan defensivo. Pero estaba ahí… dejando
claro que la proporcionalidad atractiva entre ambos era directa y los deseos de
abrazar, infinitos en un partido donde las faltas y penales eran cometidos
intencionalmente en pleno intento de eternizar el momento.
Tanta euforia… adrenalina… corriendo
por las venas… y deseos de amar con un “por y para siempre”. Para entonces, en ausencia
de un fragmento de papel donde comenzar a escribir se refugia en un
cuadrilátero en el cual todos veían un trozo de pared por pintar. Él, solo un
lienzo donde a brochazos de color marfil cubría toda una obra de Picasso –donde
hoy- como las tan conocidas mentiras, se divisa una inmensidad de Heridas de
Guerra… tal cual nos describe “Nilyam en OjosalaN”…
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