
Pocos son los ciudadanos que
transitan por la carretera Habana-Melena. Ínfima es la mayoría que al pasar por
el Kilómetro 5 en las afueras del Cotorro, depara en la existencia del “Hogar 6
Vías”. Inaugurado por el estado cubano desde hace aproximadamente un año, para
niños sin amparo filial.
Cada
provincia tiene el suyo propio aunque no se tenga conocimiento de ello.
Particularmente en este se brinda atención diferenciada a 40 niños con edad
comprendida entre los 6 y 18 años. Todos muy bien atendidos por especialistas
de la Enseñanza Especial que velan por cobijarlos en un ambiente agradable,
armónico y familiar.
Resulta complejo e inadmisible que el ser
humano continúe cometiendo los mismos errores para con sus semejantes. Esto no
solo ocurre en países del primer mundo donde privan los defectos y se carece de
principios.

Ayudar
como mismo me lo propuse hace unas semanas mientras por el camino me invadían a
retazos los recuerdos. La sonrisa divina de mi abuelito orgulloso de tenerme
como nieto. Su lucha cotidiana velando por el bienestar de mis pulmones y un
desmedido esfuerzo para que no me faltase nada, para que me sobrase el cariño.
Hallarme
rodeado de bendita inocencia me hizo sentir vulnerable. La angustia
retorciéndome el gaznate entre deseos de verles sonreír saturando de alegría
los rincones. Hasta quise salir en busca de familias dispuestas a sintetizar
melancolías brindándoles todo el afecto y la comprensión posible.

Bastante
han sufrido estas criaturas teniendo que soportar de todo un poco. Si para
nosotros los mayores resulta doloroso perder a nuestros familiares… ¿Qué
quedará para estos pequeños que poco entienden de razones?
La
realidad es más cruda de lo que aparenta. Sorprende conmovedoramente conocer motivos
por las que son bienvenidos en estos centros de acogida. No todos llegan porque
son huérfanos de familia.
Hay
quienes ingresan abandonados como animales a merced de la basura que han
amanecido comiendo en las mañanas. Otros los que sufren malos tratos fomentados
por desequilibrios mentales, dependencia alcohólica y actos delictivos cometido
por sus padres. Y hasta los que –en el menor y peor de los casos- no pueden
borrar de la memoria la imagen de su madre despedazada a puñaladas por el
marido que nunca les quiso.
Vivimos
en una sociedad lastimosa que no está libre de pecado. Pero la culpa no es de
los infantes. Indiscutiblemente son inocentes. A nadie pusieron entre la espada
y la pared para que les trajesen a este mundo. Ellos no pidieron nacer. Pero si
ya están aquí hay que cuidarles de la mejor forma posible… porque siguen siendo
la esperanza del mundo.
Solo
basta mirarles de frente para que se nos desmoronen las entrañas en mera acción
de reciprocidad. De algún modo sienten la forma en que se les siente cuando están cerca para
cuando la nostalgia consigue llegar inoportunamente estrujándoles el alma.
Inocencia divina la que reflejan sus ojos inundados de lágrimas porque la vida
les ha jugado una mala pasada.
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